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La muerte del adolescente de 16 años ocurrió el jueves pasado, cuando se lanzó del piso 14 de las Torres del Parque, en el oriente de Bogotá.

Por Miguel de Zubiría, psicólogo. Publicado el 18 de junio de 2006

–Este año yo no lo repito. Si lo pierdo, me mato.

Algunos compañeros recuerdan que F. dijo algo así semanas antes de recibir las notas finales. Una expresión más; el estrés de estos días, pensaron todos. Después del mediodía, F. recibió la noticia: había perdido el año, el grado Seconde que cursaba en el Liceo Francés de Bogotá. Ese mismo día, entre cuatro y cinco de la tarde, se lanzó del piso 14 del edificio A de las Torres de Parque, donde vivía.

“Ayer 15 de junio, al finalizar la tarde, ocurrió una tragedia: F., uno de nuestros alumnos de Seconde, se suicidó en su residencia…”, escribieron las directivas del liceo en su página oficial de internet. Invitaron a padres y alumnos a acompañar a los familiares; ofrecieron una línea telefónica constante para los jóvenes que quisieran hablar con un psicólogo; programaron reuniones con expertos en duelo. La misma movilización que, a principios de abril, hicieron en el Gimnasio La Montaña, al norte de Bogotá, luego de que una de sus alumnas de grado 11 se quitara la vida.

De enero a mayo de este año, el Instituto de Medicina Legal tiene reportados 64 casos de suicidios de menores de edad en el país. Un promedio de 12 por mes. Como una muerte cada dos días y medio.

El psicólogo Miguel de Zubiría –que estuvo a cargo del manejo del proceso de duelo en el Gimnasio La Montaña– se ha dedicado a estudiar el tema. En desarrollo del programa que lidera, llamado Red Afectiva, ha visitado colegios y realizado cuestionarios entre los alumnos. Estas son dos de las conclusiones obtenidas, luego de entrevistar a dos mil jóvenes entre los 11 y 18 años:

–El 41 por ciento ha pensado en cómo suicidarse (ojo: no sólo pensado en suicidarse, sino en el método a emplear).

–El 16 por ciento ya ha hecho algo para suicidarse.

A finales de mayo, un muchacho de 18 años se lanzó desde un puente a las aguas del río Combeima, en Quindío. Murió. Hace dos semanas, un joven de 15 años se lanzó al vacío desde el piso cuatro del colegio Champagnat, en el sector de Teusaquillo, donde cursa 10 grado. El resultado en su caso sólo fueron fracturas.

–Hay una situación que puede parecer tonta, pero que está estrechamente ligada al suicidio: la soledad. Hoy los niños viven muy solos. La soledad conduce a la depresión, y la depresión es una ruta para el suicidio –dice De Zubiría.

El viernes pasado en la noche muchos jóvenes vestían de negro en una funeraria del norte de la ciudad. “Era de muy pocos amigos”, dice uno al pensar en F., y lleva sus ojos hacia arriba unos segundos: “No sé qué más decir”.

Era un muchacho tímido, encerrado, que ponía límites al darse a conocer. “Los estudios que hemos hecho también nos han llevado a concluir que muchos niños y niñas tienen dificultades para lograr la aceptación y alcanzar buenas relaciones interpersonales”, dice De Zubiría.

Hay un término que ha comenzado a sonar con más frecuencia entre terapeutas y profesores: bulling. Es el acoso escolar, el maltrato entre pares, la victimización. Palabras más, palabras menos: la montadera entre amigos (tan frecuente, a veces), pero llevada a un extremo que puede producir consecuencias graves. En el país parece estar haciendo carrera, sobre todo entre jóvenes de 13 a 15 años, dicen los especialistas, y sin que profesores ni padres tengan acceso a la situación. “Porque impera la ley del silencio”.

Bromas pesadas, apodos molestos, chantajes económicos e incluso maltratos físicos. Cuando los muchachos están siendo víctimas de bullying no suelen contarlo ni en casa ni en el colegio y acaban por aguantar solitarios este estrés psicológico. Estrés que puede ser la antesala de hechos graves, como el suicidio.

Hay maneras de percibir si un niño o un adolescente vive esta situación: se convierte en general en una persona tímida, introvertida, y disminuye su rendimiento académico.

“El año de la muerte”. Así se conoce entre muchachos del Liceo Francés al grado Seconde, que era el que cursaba F. Lo llaman de esta manera porque es el nivel donde más alumnos tienen el riesgo de perder el cupo del colegio. “Es el coladero”, dicen. Según algunos amigos, los años pasados F. había obtenido buenos resultados escolares, pero en este período vio bajar sus promedios hasta el punto de perder el año. Sus amigas (era más cercano de las niñas que de los muchachos; no tenía buena relación con los alumnos hombres) le insistían en que estudiara más. “Nosotras éramos las que le dábamos apoyo”, dice una de ellas.

F. empezó a fumar mucho y en ocasiones a tomar alcohol. “¿Cómo es que todo esto no puso a pensar a la gente?”, se preguntaba con tristeza una compañera. Llevaba varios años en este colegio y algunos compañeros cuentan que había jóvenes que lo molestaban por su forma de ser. Lo llamaban por apodos incómodos. “A mí no me importa, que piensen lo que quieran de mí”, dicen que F. solía repetir. “En algo tenía que afectarle”, opinan ellos.

–El problema con los adolescentes es que no acostumbran abrir su mundo interior con los adultos. Si piensan en suicidio no suelen avisar y son muy impulsivos –dice un especialista en salud mental, que afirma que los padres de familia no deben temerle a la palabra suicidio y hablar de ello de forma clara con sus hijos.

Las conexiones directas que se han comprobado entre suicidio y depresión en niños y adolescentes hacen que sea clave que padres y profesores reconozcan los síntomas y busquen solución a tiempo.

Hay contextos concretos en los que es mayor el riesgo de que los jóvenes empiecen a pensar en quitarse la vida. Entre ellos: cuando viven una angustia o un estrés muy fuerte (por los malos resultados escolares, por ejemplo) o cuando acaban de vivir una ruptura familiar, de amistad o sentimental. “A veces en los colegios somos sólo números, no personas”, dice una joven.

El psicólogo Miguel de Zubiría insiste en la soledad:

–En la casa están solos; con pocos o sin hermanos. Sin papás, o con padres separados. Y en los colegios no hablan de esto. Creo que se ha ido perdiendo la ilusión de vivir.

Los funerales de F. se realizaron ayer. Dicen que envió un mensaje de texto antes de lanzarse al vacío.

Ojo a los signos

Las alertas

No siempre los niños y adolescentes avisan cuando tienen intenciones de suicidarse. Sin embargo, hay que estar alerta cuando presentan síntomas como inactividad, tristeza constante, inapetencia, insomnio, aislamiento, depresión y bajo rendimiento escolar. También cuando se les escuchen frases alusivas a la vida, como “No vale nada” o “No hay futuro”.

Es importante estar atento si empiezan a presentar conductas autodestructivas, como el consumo de drogas y alcohol.

¿Qué hacer?

Cuando se registran algunos o todos estos síntomas es importante recurrir a ayuda psicológica. Hablar con el muchacho y preguntarle en concreto si ha pensado en suicidarse. No hay que tener temor a plantear el tema directamente.

También es bueno dejarle en claro que, por más grande que sea el problema, siempre puede pedirse ayuda. Y estimularle sus logros y no ver sólo sus fallas.

Aceptar la diferencia

Colegios y padres de familia deben estar atentos a esta serie de situaciones, que se pueden presentar debido a la baja tolerancia a la frustración y las altas exigencias (de todo orden) de los jóvenes de hoy.

Actualmente, los muchachos son más propensos a ‘montársela’ a los otros si éstos no cumplen criterios establecidos por el grupo en cuanto a plata, a popularidad o a belleza (sobre todo en el caso de las adolescentes), por ejemplo. En ese sentido, la recomendación es que realicen talleres con los estudiantes sobre la importancia de entender los sentimientos de los demás. Y aceptar la diferencia.

Es importante también que los alumnos informen cuando un compañero se comporta diferente o cuando habla de suicidio.

Viven en soledad

“Hoy muchos niños y adolescentes tienen dificultades para lograr la aceptación y crear relaciones. Han ido perdiendo la ilusión de vivir”.

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Paz Stereo

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