
Por Andrés Molina Ochoa (PhD)*
Como ha manifestado el profesor Rodrigo Uprimny en días pasados, la decisión que vamos a tomar los colombianos en el plebiscito sobre los acuerdos de La Habana es la más importante desde el punto de vista ético en las últimas décadas en Colombia. Por eso, es una elección que no sólo debemos tomar a conciencia, pensando en nuestra historia particular de frustraciones y esperanzas, sino también en conjunto, dialogando, atreviéndonos a confrontar nuestras ideas con las de aquellos que piensan distinto.
Sé que es una empresa difícil, sobre todo en un país en el que se ha hecho regla eso de que no se debe hablar ni de política, ni de religión. Los colombianos preferimos guardar en secreto nuestras opiniones a atrevernos a defender nuestras posiciones o a exponernos al repudio que muchas veces sufren quienes son una minoría.
Yo creo que una decisión en conjunto es mejor que una sin diálogo, una elección que dé cuenta de las diferentes partes en el debate siempre será mejor que una que se hace desde sólo un punto de vista. Por lo demás, como demuestran los estudios sobre emergencia, es precisamente la concurrencia de diferentes perspectivas las que permiten el desarrollo del conocimiento y la conciencia.
Un diálogo sobre la paz debería partir de la importancia de escuchar posiciones contrarias. De hecho, a pesar de que para algunos pudiera parecer imposible, no es difícil reconocer que las partes en este diálogo tienen intereses legítimos, incluso aquellas cuyas opiniones son más contrarias. Piense, por ejemplo, en todos los crímenes que han cometido las FARC, en el reclutamiento forzado de menores, en el burro bomba, en las minas antipersonales, en las mil y una noches que sufrieron los secuestrados, en los ríos envenenados de petróleo, en las niñas violadas, en los soldados torturados. Unos creen que con los acuerdos semejante crueldad cesará para siempre, otros temen que los perpetuadores de tanta barbarie continúen cometiendo esas atrocidades desde los puestos de poder que ejercerán. Ambos son intereses legítimos, sin duda.
Si uno reconoce que el otro también tiene un interés legítimo, entonces ya no cae en la tentación de remplazar los argumentos por insultos. La otra parte no es un mamerto, un castro chavista, un enemigo de la paz, un paramilitar, un ser devorado por sus rencores, un ser amargado, sino que es una persona con intereses legítimos.
Soñar con la paz y tomar previsiones para con quienes han cometido tantos delitos son motivaciones válidas y no caprichos deleznables.
Por otro lado, antes de comenzar a hablar, es importante que nos pongamos de acuerdo sobre qué estamos dialogando. Los colombianos tenemos la obligación ética de hacer una lectura crítica sobre los acuerdos, según nuestras capacidades, así como el gobierno y las FARC tienen el deber de revelar toda la información necesaria a los ciudadanos.
Es importante que quienes defienden el “no” lo hagan sin dejarse obnubilar por todas las mentiras que se han dicho sobre los acuerdos. Por otro lado, los promotores del “sí” deberían reconocer que lo que se va a votar es un acuerdo de cese al fuego entre dos ejércitos, no la “paz” entendida como ausencia de conflictos. Sobre el particular, conviene recordar que incluso los más optimistas defensores del sí aceptan que en la mayoría de acuerdos de paz exitosos, alrededor del 20% de los combatientes deciden regresar a la guerra.
En un país en el que además de las FARC existe el ELN, las BACRIM y cientos de bandas menores, pensar que los acuerdos de La Habana traen la paz no deja de ser una entelequia. Aun así, es también importante reconocer que el país lograría uno de los más importantes avances de la historia si logra fortificar sus instituciones democráticas y desmovilizar a gran parte de los combatientes de las FARC.
La Academia debe ser el ágora predilecta para ese diálogo. Los acuerdos abordan temas de economía, derecho, agricultura y otros muy complejos, sobre los cuales es necesario escuchar opiniones cualificadas. La Academia, además, no debería sólo decantarse por sugerir el sí o el no, también es necesario que resalte los puntos que preocupan de cada una de las dos posiciones. En ese sentido, Guillermo Perry, defensor del sí, ha subrayado lo problemático que es la constitucionalización de una política agraria.
Aceptar la validez de algunas objeciones no es una muestra de debilidad, sino de grandeza. Sobre todo ahora que el listón de la argumentación debe estar muy alto. Quienes defienden el sí, por ejemplo, no sólo deben mostrar las ventajas de vivir en un país con menos combatientes, sino indicar cómo es viable la Colombia que proponen en los acuerdos. Quienes propugnan por el no deben no sólo señalar los graves problemas que tienen los acuerdos, sino por qué ellos son peores que la guerra. Es decir, probar por qué lo pactado en La Habana es peor que todos los horrores que ha traído el conflicto armado con las FARC.
Por último, los diálogos deberían hacerse teniendo en cuenta que todos nosotros podemos estar equivocados en lo que creemos. El poeta irlandés William Yeats decía, “Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de intensidad apasionada.” Todos nos hemos equivocado muchas veces en nuestras elecciones diarias, creer que somos infalibles y que tenemos la verdad suprema en un tema tan complejo no deja de ser una bravuconada. En alguna ocasión Italo Calvino dijo que la certeza es privilegio de los jóvenes, nuestra patria si quiere dejar de ser boba debe madurar, abrazar el diálogo y la discusión, sin otro fanatismo que la búsqueda de una decisión correcta.
*Ha sido profesor de la Universidad de Binghamton y la Universidad de Baltimore, así como del John Jay College of Criminal Justice.
Muy buen artículo. Sin pasiones ni radicalismos.
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